¡Ah, cuánto tiempo ha pasado desde que dije
por primera vez, entre lloros y sonrisas,
“mamá!”.
De ella he aprendido lo que sé y que he
dado a mis hijos.
Y pensar que después de tantos sacrificios hechos por ellos
no soy más que una carga de más
sobre su sueldo.
Sé que tengo al Señor, pero no consigo
caminar hacia adelante sin el cariño de mis seres queridos.
Me bastaría una sonrisa, un abrazo;
hijos y nietos cerca de mí, aunque solo fuese por un momento,
me darían de nuevo la fe, la alegría, la esperanza,
después de esta larga vida, de llegar a Jesucristo
Nuestro Señor, como he rezado siempre.
Y mientras tanto, dirijo la mirada atenta, con una
coronilla del Santo Rosario en la mano, hacia la puerta
de entrada, esperando que un día mis oraciones
se vean cumplidas.
Confío en ti, mi Señor.