María,
Tú, que en tu extrema sencillez
has sabido vivir con Dios y para Dios;
Tú, que en tu aparente fragilidad
has sabido aplastar con fuerza el pecado;
Tú, que con tu “sí” has recordado la voluntad de Dios;
Tú, que incluso en el sufrimiento no has perdido nunca la fe;
Tú, que has guardado en tu Corazón Inmaculado
la infinidad de Dios.
Tú, Madre de Dios, ruega por nosotros,
por quien sufre en el alma y en el cuerpo.
Ruega por nosotros, María, madre castísima.
Te quiero, Madrecita, flor celeste.
Matteo Farina